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Humor

Escribe desde Estocolmo Lars Lara


 Â© La meritoria postulación del comprovinciano Héctor Tizón al Premio Nobel de Literatura ocasionó que La Revista El Ojo de la Tormenta para la que trabajamos con el fotógrafo Djalmar Hansen (seudónimo nórdico del conocido Llama Anse) dispusiera nuestro traslado a Escandinavia. Se nos confió la cobertura del evento y de paso la compra de una cuchilla Husqvarna para la máquina de picar carne de una tía en el cariño de la madrina del oficial aprendiz del linotipista adjunto (a propósito del nombre de la revista, queremos dejar perfectamente aclarado que no nos une vínculo comercial alguno con el Colegio de Oftalmólogos ni con la empresa Agua de los Andes). Digresión aparte, nuestra estadía en tierras de los vikings se vio aliviada merced a los buenos oficios de un paisano del ramal vendedor de picolé y perito mercantil de nombre Sören “El Sordo” Soraides, quien nos proveyó de carpa, bolsas de dormir y cuatro botellas de vodka. Segunda digresión, a propósito del sordo Sören, con mucho pesar nos enteramos de que se encuentra accidentalmente en Estocolmo ya que no era su intención comprar un boleto a la región de los Lapones sino visitar a su tía Laponia en Caimancito. Lo cierto es que merced a la gestión de una comparsa maimareña viajamos en la cubierta del petrolero ruso Kasatchov. Luego de un escabroso viaje estuvimos finalmente instalados en la calle Sturegatan, cerca del lugar en el que delibera la Academia Sueca del Nobel Prize. Pasados los primeros chuchos y la espantosa resaca post vodkiana, pudimos regocijarnos con la frígida calidez de los suecos y disponernos a investigar las reales probabilidades de nuestro paisano que descontábamos enorgullecía a todos los argentinos y por supuesto a los jujeños. Desagradable fue la sorpresa al observar que la postulación de Héctor Tizón, autor del maravilloso A un Costado de los Rieles, lejos de promover adhesiones fertilizó un verdadero torrente de demandas. Diferentes comisiones se hallaban en Estocolmo solicitando igual reconocimiento para otros escritores u otras instituciones provinciales que, a juicio de los interesados, ofrecían mayores méritos que el escritor yaleño. Así es que la moderna Polaroid de Anse o Hansen registró a cuarenta y siete jujeño/as divididos en cinco grupos de nueve miembros cada uno reclamando la distinción para diversos autores. Cada grupo empleaba particulares formas de petición, todas características de nuestra provincia: ora las había unas ejecutando sones de huancaras, redoblantes y anatas, ora se afanaban otras en la quema de gomas y encendido bombas de estruendo. Mujeres militantes de la SADE, filial Negra Muerta, blandían gigantografías con imágenes de populares copleras norteñas. Enarbolaban, además, pancartas ofensivas contra “el profuso bigote a lo revolucionario mexicano” de Tizón o Tyson como gustaba pronunciar una de las contra militantes más iracundas. Dicho sea de paso, esta última aprovechó la ocasión para solicitar ante la Academia Sueca doscientos Planes Jefes y Jefas de Hogar para las maestras jubiladas encargadas de componer resmas y resmas de preciosos discursos escolares. Un dirigente peronista de notorios rasgos árabes, delgado, enjuto, seco de carnes y ensortijada cabellera, a grito pelado y en franca u ostensible actitud intimidatoria requería el Nobel de la Paz para los intendentes de la Capital, Palpalá y San Pedro. Lo hacía mientras agitaba un afiche con la foto de los tres ediles ataviados con la camiseta del Lobo Jujeño. No pasaron desapercibidas dos señoras funcionarias de la Secretaría de Educación con aspecto de Maestras Normales Nacionales (la una muy alta y miope y la otra no), ambas de mediana edad, ambas rubias y ambas de iracundo aunque contenido temperamento, que, enfundadas en tapados de zarigueya ecológica forrado en lamé portaban un cartel similar a los que usa el CEDEMS y ADEP. En él destacaban la pureza de los contadores del Ministerio de Hacienda y del BAS como figuras indiscutibles para el Nobel de Economía. A la derecha de las funcionarias teñidas, podía verse a un taciturno grupo de puneños liderados por un albino ingeniero de la UNJu de apellido Vananich o Barbanci?. Era muy evidente el contraste del líder con el grupo, tanto que su aspecto eslavo nunca pudo disimular el sombrero ovejón ni el terno de barracán ni las ojotas de caucho. La mencionada partida de abrapampeños argumentaba (a nuestro juicio de manera advenediza y extemporánea) que “ya que con el aval de instituciones locales y nacionales Benetton compró todas las vicuñas de Jujuy, Mc Laren debería hacer lo propio con las llamas y Ferrari, con los chivos orejanos”. Nosotros agregamos: y Renault con los guanacos del INTA; es decir, con los animales protegidos por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria. En relación con ello y a solicitud del colega Larry King, debimos explicar los altos beneficios obtenidos por la provincia merced a la venta de las vicuñas. El periodista quiso saber por qué el magnate italiano Luciano Benetton mostraba tanta aflicción por la suerte de las vicuñas y otros camélidos de altura en peligro de extinción. No pudimos contestarle ya que un supuesto guardaespaldas de CNN nos increpó con energía para que nos alejáramos de allí. En verdad, a mí me pareció reconocer en el esmirriado y falso patovica la figura de un  antropólogo y ex ministro de Educación de Jujuy. Al fondo de la explanada y sin tomar contacto con el grueso del grupo pero no tan lejos como para no parecer jujeños, hallábase una pareja de trabajadores de las letras de la que se destacaba la vehemencia de la mujer negociando con un académico de apellido Kindergart. Solicitaba por lo bajo cualquier lugar en el área teatrera del premio o por lo menos una beca o alguito. Al aproximarnos pudimos escuchar el argumento de la mujer según la cual Tizón se había inspirado en una de sus obras para escribir el cuento Petróleo. En medio del grupo y soportando con estoicismo los siete grados bajo cero, hermosas jóvenes ataviadas con tangas de picote repartían cigarrillos marca Coya Jujeño entre la concurrencia. Las controlaba con severa aunque gentil mirada un hombre cano a quienes las niñas se dirigían como “El Pila”, no obstante estar muy bien vestido. Acompañaban el obsequio con la incomprensible frase por el castañeteo de dientes “gentileza jenesfelner”. Tal desazón nos produjo este cuadro cercano a una guerra civil en tierras extrañas, que decidimos tomar distancia del enardecido grupo de comprovincianos, renunciar a la revista y auto postularnos para el Pulitzer como corresponsales de guerra, aferrados al sincero aunque vigoroso argumento según el cual “nosotros tampoco somos ningunos chalas de choclo”. Así es que enviamos junto al paquetito con la cuchilla solicitada nuestra petición de licencia por razones particulares; mientras vemos cómo reverbera al fondo de la gélida tarde la aurora boreal, cual helado aliento frío y cual si fuera el glacial hálito gélido de Santa Claus (aunque después de esta frase capaz que nos presentemos nosotros también al Nobel).






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