Hugo Alberto Lencina*
Una vieja anécdota del cinismo y la carencia de valores con que suele ejercerse el oficio periodÃstico señalaba el azoro de un joven aspirante en su primer dÃa de experiencia laboral, cuando escuchó el llamado y la orden de un jefe de redacción, que le mandaba enfáticamente a un veterano periodista: âEscriba sesenta lÃneas sobre Diosâ. Este, fatigado por desencantos y cuasi entregado a un designio no deseado, preguntaba con un hilo de voz: â¿A favor o en contra?â.
Durante muchos años se utilizó la anécdota, sobre la que algunos fantaseaban que habÃa ocurrido realmente, mencionando inclusive diversos redacciones y distintos protagonistas, para marcarle a los recién iniciados en la actividad, como hecho extremo, los abismos erráticos en los que puede caer el periodismo cuando se aparta de dos los pilares básicos en los que sustenta su tarea: la verdad y la ética.Â
FantasÃa o realidad, hoy resulta impensable que un joven aspirante oyese un diálogo de semejante tenor. Y no porque la verdad y la ética en estos dÃas sean elementos dogmáticos en el ejercicio periodÃstico. En la actualidad, cuando hay órdenes de tendencias a favor o en contra de algo o de alguien, se hacen en ámbitos más recoletos y en lo posible sin testigos. Y ello es producto de los intrincados intereses que suelen representar los medios, de modo especial los que se han constituido en multimedios.
Antiguamente, y cuando utilizamos esta palabra no nos alejamos más de quince o veinte años de hoy, un periodista conocÃa a su empleador, más precisamente para utilizar un término de la época: a su patrón. El dueño o presidente de una empresa era âel patrónâ, por lo general un tipo en muchos casos de aspecto y actitudes patriarcales, que ya fuese al frente de un periódico, una agencia de noticias, una revista. una emisora de radiodifusión o una de televisión, comandaba con mano férrea y unÃvoca los contenidos de su medio. Y todo el mundo sabÃa para qué lado pateaba.
Pero en los años ´90, durante el gobierno de Carlos Menem cambiaron las leyes de radio teledifusión en la Argentina, y el viejo patrón, que defendÃa intereses polÃticos y económicos con un alcance que se medÃa con la importancia que tuviese el único medio de difusión que podÃa poseer, se transformó en una empresa elefantiásica, dándole paso a los multimedios.
          Y con los multimedios se elevaron exponencialmente los intereses a defender. Además, con las corporaciones empresarias al frente de los medios, las decisiones de los contenidos dejaron de estar en manos de los periodistas y pasaron a poder de cuenta porotos transformados en economistas, de aves de rapiña travestidos de jurisconsultos y de licenciados variopintos.
Esa mutación conductiva influyó en lo conceptual, de modo especial en el medio de mayor preponderancia: la televisión.
La tele obligó a reformular los diseños de diagramación de los medios gráficos, lo que configuró el único aspecto positivo de esta movida. Pero en lo que a mensajes y contenidos se refiere, todos los medios cayeron en la naderÃa más absurda y vulgar.
El chupete electrónico, la caja boba o cualquier calificativo de menoscabo que se le quiera aplicar a la televisión, al fin un formidable medio electrónico que el hombre ha bastardeado y pervertido, transformó usos y costumbres de los mensajes, circunscribiéndose casi todo al dogma del video clip: cortito, rapidito y tontito.
Lo grave del caso, por la formidable penetración social de la TV, es que ha incidido devastadoramente en la formación intelectual de nuestros jóvenes, que reemplazaron a los libros por la televisión. Y sobre la base del dogma del video clip han recopilado una información y un aprendizaje fragmentado y volátil, que les ha dejado una débil huella mental.
Al respecto, un estudio realizado por la Universidad Nacional de Buenos Aires, en el año 2000, consigna que el 70 por ciento de los estudiantes que está cursando la enseñanza media en la Capital Federal y el 20 por ciento de los que comienzan a cursar en la Universidad, no comprenden con claridad los textos que leen.
Aquà surge la doble responsabilidad del estado, tanto en la confección y aplicación de los programas educativos, como en la fiscalización que debe hacer sobre el funcionamiento de los medios audiovisuales. Y esto último en modo alguno conlleva la intencionalidad o la apologÃa para ejercer censura. Porque una cosa es la libertad y pluralidad de expresión y otra muy distinta es el libertinaje y la chabacanerÃa. Ser libres significa, fundamentalmente, ser responsables.
En esta movida los periodistas también tenemos nuestra parte de culpa. La farandulización de los medios y de los contenidos ha calado hondo en el ejercicio de la profesión. Y tomo la palabra âprofesiónâ en su sentido más amplio y noble, ya que deviene del latÃn âprofesareâ, que significa la sacralización del esfuerzo. Es por eso que muchos hombres de los medios pasaron de profesionales a mercenarios. Y al influjo de que las corporaciones pretenden transformar los hechos periodÃsticos en shows espectaculares, aparecieron los villanos.
Hasta hace unos años la responsabilidad primigenia del periodista era in-formar. La separación hecha de exprofeso marca que por mucho que les pese a unos cuantos periodistas, la función básica de su tarea es contribuir a la formación de la sociedad.  Ejercen un acto magisterial.
Además, cumplen, casi sin advertirlo, porque va de suyo en el ejercicio de la profesión, con tres normas éticas insoslayables:
- La verdad es un bien social que el periodista administra como algo ajeno, con la responsabilidad que ello conlleva.
- A la verdad no se llega por un simple regodeo intelectual, sino para satisfacer una necesidad de la sociedad.
- Para que se responda a esa necesidad la verdad debe ser eficazmente comunicada. Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â
Esos postulados huelen a vetustos, suenan a preceptos antediluvianos. Ahora -y esto acontece en todas las actividades- como es más importante parecer que ser, como da más réditos económicos ser famoso que prestigioso, aparecen aventureros de todo pelaje.
Los famosos de la actualidad proceden de esferas como el espectáculo o el deporte y ejercen una marcada influencia en los gustos culturales. Pero como arriban de un mundo sin criterios, acaban imponiendo una cultura que carece de ellos, por lo que terminan constituyendo una elite irresponsable, ya que son personas sin poder ni responsabilidad institucional que no tienen que responder por sus conductas ante la comunidad y cuyas actitudes se proponen como modelo de comportamiento. Los medios convierten a esos personajes en públicos y famosos mitificándoles, y entonces lo banal se transforma en cultura.
Por eso, con el paso del tiempo los medios se fueron erigiendo en grupos de referencia y ahora ejercen el papel normativo que en otros tiempos correspondió a la academia, a la escuela o a la tradición. Las destrezas mediáticas han reemplazado a las cualidades culturales. Y asà nos va.
A todo ello se ha sumada la confusión generalizada que no distingue entre periodistas y comunicadores sociales. Todos los periodistas son comunicadores sociales, pero no todos los comunicadores sociales son periodistas. La diferencia radica en un hecho imprescindible para poder desarrollar dignamente la función periodÃstica: la credibilidad. El periodista sustenta su patrimonio profesional en la credibilidad, más allá de las desviaciones que quieren imponer los villanos que han tomado por asalto la actividad. El comunicador no necesita, imprescindiblemente, que le crean; para tener éxito en su cometido sólo necesita tener simpatÃa para cautivar y empatÃa para atraer.
Para mayor clarificación conceptual, valen los ejemplos: VÃctor Hugo Morales es un referente del periodismo, por su credibilidad, entre otras virtudes. Susana Giménez, más allá de sus dislates dialécticos, es una formidable comunicadora que rompe rátings desde hace muchos años, pero para ello no necesita que le crean. La suma de todas estas consideraciones colocan a los periodistas jóvenes en una dificultosa encrucijada, que sólo podrán sortear si cumplen con una regla de oro: servir a la comunidad con la verdad y al mismo tiempo defender la identidad cultural del pueblo al que pertenecen.
*Periodista del programa Competencia, de Radio Continental de Buenos Aires.
Presidente de la Federación Argentina de Periodistas Deportivos (FAPED).
Representante de la Federación de Periodistas Deportivos de América (FEPEDA) ante el Buró Ejecutivo de la Association Internacionale de la Presse Sportive (AIPS).
Profesor de la Escuela Superior de Periodismo Deportivo del CÃrculo de Periodistas Deportivos de Buenos Aires.
Profesor de postgrado de la Universidad Católica Argentina.
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